miércoles, 23 de septiembre de 2020

Empezar de nuevo

 “NUNC COEPI!” (Ahora empiezo)

Hace ya muchos años que un buen amigo  me recomendó que utilizara la expresión latina Nunc coepi!, para reaccionar, las veces que hiciera falta - incluso varias a lo largo de un mismo día-, ante los momentos de desánimo o de agobio, en el trabajo o en el descanso, y en las relaciones humanas en general. He de reconocer que fue un original y magnífico consejo, que he seguido y sigo aplicando con frecuencia. 


Nunc coepi! es expresión latina, que puede traducirse como “¡Ahora empiezo!”, y resulta -esa es mi experiencia, al menos- un fácil modo de despertar en esos momentos en los que uno se encuentra en un “bajón” de ánimo, o con la tentación de dejar lo que te ocupa, por cansancio o por un momentáneo desinterés, como si fuese necesario, de vez en cuando, reafirmarse  en la intención de seguir viviendo. De ese modo tan sencillo, podemos ganar una escaramuza, pequeña pero siempre importante, en la constante guerra que mantienen nuestro cuerpo y nuestro espíritu.


Peleas como esta, mantienen en forma nuestra buenas disposiciones, y “engrasan” la maquinaria de la voluntad, siempre dispuesta así para otras batallas, tan menudas como ésta, o más decisivas quizá, en esa guerra sin tregua a la que no podemos renunciar, mientras vivamos, si es que vivimos “en serio”, y queremos disfrutar de lo que hacemos.  


miércoles, 11 de septiembre de 2019

La educación de los nuevos ciudadanos

   Estoy pasando unos días estupendos, dedicado a la revisión de los libros y abundantes papeles que tengo en casa. No era lo previsto para esta época del año, en la que habitualmente están mis colegas, los docentes, como yo tantos años, apurando los últimas días de vacaciones, a punto de comenzar las clases,  con la ligera sobrecarga de trabajo que supone. Pero, después de tres décadas y media de septiembres "desbordados", ahora, por aquello de que "el hombre propone... y Dios dispone", me dedico a revisar mis libros, y me llevo todo tipo de sorpresas: libros "prestados", que habrá que devolver; libros que habrá que regalar, porque están repetidos, porque fueron regalos sin  interés, o que se compraron sólo por su novedad o interés pasajero; también libros de los que no me desprendo, por ahora y, finalmente, libros con los que no sé qué hacer.

   Esta mañana, mientras esperaba pacientemente que me llegara el turno en la oficina de correos -no sé qué pasa últimamente, que se forman unas colas...- una anciana manifestó en voz bajita, pero para que yo la oyera, sentado a su lado como estaba, su malestar por el modo en que un joven usuario reaccionaba ante un pequeño inconveniente. "A tomar por..." parece que dedicaba el ya no tan muchacho al empleado -o al supuesto remitente de un envío fallido, o... a la vida en general, que no quedó muy claro-. Y la pobre señora, eso sí muy discretamente, dada la previsible reacción del representante de la hornada juvenil "mejor preparada de nuestra historia" (según los políticos), se me lamentaba con un "¡Vaya cómo está la juventud!", que sonaba a frustrada resignación de quien esperaba que los estudios que ella no pudo realizar, servirían a los nuevos ciudadanos a mejorar en instrucción, sin perder la educación (y perdón por el ripio).

   Con motivo de la reforma educativa que se aproxima, se ha reavivado la discusión sobre una de las asignaturas "marías" que no queda claro si va a desaparecer o va a ser reforzada, la denominada Educación para la ciudadanía. Dejando a un lado el nombrecito con el que, al menos, se evita eso tan feo de "... para los ciudadanos y las ciudadanas", no recuerdo haber leído en los manuales de ninguna editorial referencias a la ciudadanía ("Comportamiento propio de un buen ciudadano", según el diccionario académico) de la vida ordinaria, a lo que se llamaba buena educación, o urbanismo, o buenos modales o, simplemente, vergüenza.

   Y aquí vuelvo al principio, porque en ese repaso que hago de los libros que se esconden en mi casa, he encontrado uno curiosísimo, Ama, resumen de economía doméstica,publicado en 1961, que incluye un capítulo denominado "Vida de relación" (¡Cómo cambian de significado las expresiones!), con muchas e interesantes "antiguallas de moralina rancia", como díría alguno de mis queridos colegas, más avanzados que yo. Selecciono sólo un parrafito del citado capítulo:
     
        "Y el respeto al prójimo obliga igualmente a que, en todo momento, nuestra actitud sea correcta, res­petuosa para con     todos, amable, sencilla, deferente, sin afectación ni orgullo; debemos observar siempre las normas de urbanidad : ceder la acera a quien co­rresponda, y de manera especial a los mayores, saludar a los conocidos sin distinción de clases y jerarquías; no vociferar, no arrojar papeles ni monda­duras en la calle, etc.".

 ¿Qué hago con este libro?, ¿lo tiro?, ¿lo regalo?, ¿lo recomiendo para que alguna marca de bebidas lo patrocine y regale en la puerta de las discotecas?... Es broma.

Paco Martín

jueves, 1 de marzo de 2018

Las caídas

         Efectivamente. Por mucho cuidado que tenga, y bastón que use, me está resultando inevitable alguna que otra caída. Jamás pensé que dejaría de sentirme avergonzado el caer en la calle,   a causa  de una  pérdida   de equilibrio. Ojalá no ocurriera nunca, pero la verdad es que llevo ya  unos cuantos pequeños incidentes de este  tipo, desde  que ando con problemas de salud.
Pero, insisto en mi reflexión anterior. Estoy consiguiendo no avergonzarme de estas caídas involuntarias. Estoy aprendiendo, por ejemplo, a dejarme caer cuando ya parece inevitable el desequilibrio, procurando agarrarme a algo (un farol, un banco, un árbol…) y a dejarme ayudar con agradecimiento, sin exagerar la escena.
Sobre esto último, lo de ser agradecido, se me ocurre alguna pequeña reflexión. Es verdad que el ambiente social y político anda bastante crispado en los últimos tiempos. Cada vez cuesta más coincidir plenamente en temas elementales con la gente que nos rodea. Pero creo que, ante el sufrimiento ajeno, seguimos reaccionando sin complejos, con prontitud y con empatía. Y ello nos honra como seres humanos. 
       Y a los que somos socorridos, nos da alegría y confianza saber que no nos van a preguntar por nuestra filiación política o religiosa antes de echarnos una mano. Solo faltaría. 

miércoles, 17 de enero de 2018

Mi madre me vigila

Constantemente sorprendo a mi madre mirándome. Sentada en su sillón, como la que no quiere la cosa, no pierde puntada de mis movimientos, siempre dispuesta a ayudarme, aun sabiendo bien, en su fuero interno, que esa ayuda puede ser más bien un estorbo. Pero, ¿cabe que una madre crea que ayudando a su hijo estorba? En absoluto. Ella siempre pensará que puede ayudarme. De hecho lo manifiesta constantemente: «¿Te traigo algo? Deja que yo lo cogeré. Espera, que voy a ayudarte a levantarte...». Todo ello sin renunciar a ninguno de su ochenta y nueve años, que en realidad le impiden realizar otro movimiento que no sea el de desplazarse al baño, acompañada y apoyada en un bastón, que sorprende cómo puede soportar su ya frágil cuerpecito. 
Pero esa es su manera de ayudar, y de hecho te sientes confortado con esas miradas vigilantes y esa palabras que, de algún modo, me dan seguridad, aunque sólo sea la de que estoy seguro que está rezando en ese momento por mí, que no es poco, digo yo.

domingo, 3 de septiembre de 2017

El bastón

Pues, sí, me llegó el momento. Me aconsejan caminar con un bastón. Por ahora, con cierto desdén, hablo de "bastoncillo"; de que es algo provisional, para caminar con mayor seguridad, Porque, en el fondo,  me humilla claramente usarlo "tan pronto"
En fin, el hecho es que tendré que aprender a ver la vida desde esta nueva perspectiva

Porque caminar con bastón te obliga a hacerlo más despacio, puedes casi decidir cada paso que vas a dar -lo cual puede volverse contra ti, y  terminar cansándote antes de tiempo-, has de caminar, por así decirlo, con cierta solemnidad, valorando y agradeciendo cada movimiento que puedes efectuar

Si llevas un bastón, dejas de ser considerado del todo normal: te ceden el asiento en el autobús,, o el paso por la acera, cuando te ven venir; se disculpan contigo frecuentemente, sin que haya motivo, sólo porque se supone que necesitas más espacio para moverte.
Todo esto, curiosamente,  te integra de un modo especial en el mundo que te rodea, te ayuda a ser agradecido, a empatizar con la buena gente con la que habitualmente coincides.

No sé si será por un tiempo, o ya para siempre, pero insisto en que tengo que aprovechar este nuevo observatorio, mientras dure.

lunes, 21 de agosto de 2017

Agosto sevillano

Aunque resulte tópico, me gusta pasar el mes de agosto en Sevilla, tengo que reconocerlo, como a tantos otros, no sé si muchos o pocos, porque precisamente mi afición es a la ciudad con menos gente, al menos en mi zona, que no es céntrica, sino algo alejada del desfile turístico -que no seré yo el que lo critique, con la que está cayendo-, una zona de barrio clásica, sin más datos. El bueno de D. Antonio Machado, escribió aquello de "Sevilla sin sevillanos", con un sentido crítico, pero enamorado, que yo suscribo sin reservas. Sevilla es abarcable, comedida, posible, llevadera, salvo cuando aparece la bulla. Por eso prefiero la Sevilla de mi barrio. El que quiera que venga, pero yo no haré propaganda