Estoy pasando unos días estupendos, dedicado a la revisión de los libros y abundantes papeles que tengo en casa. No era lo previsto para esta época del año, en la que habitualmente están mis colegas, los docentes, como yo tantos años, apurando los últimas días de vacaciones, a punto de comenzar las clases, con la ligera sobrecarga de trabajo que supone. Pero, después de tres décadas y media de septiembres "desbordados", ahora, por aquello de que "el hombre propone... y Dios dispone", me dedico a revisar mis libros, y me llevo todo tipo de sorpresas: libros "prestados", que habrá que devolver; libros que habrá que regalar, porque están repetidos, porque fueron regalos sin interés, o que se compraron sólo por su novedad o interés pasajero; también libros de los que no me desprendo, por ahora y, finalmente, libros con los que no sé qué hacer.
Esta mañana, mientras esperaba pacientemente que me llegara el turno en la oficina de correos -no sé qué pasa últimamente, que se forman unas colas...- una anciana manifestó en voz bajita, pero para que yo la oyera, sentado a su lado como estaba, su malestar por el modo en que un joven usuario reaccionaba ante un pequeño inconveniente. "A tomar por..." parece que dedicaba el ya no tan muchacho al empleado -o al supuesto remitente de un envío fallido, o... a la vida en general, que no quedó muy claro-. Y la pobre señora, eso sí muy discretamente, dada la previsible reacción del representante de la hornada juvenil "mejor preparada de nuestra historia" (según los políticos), se me lamentaba con un "¡Vaya cómo está la juventud!", que sonaba a frustrada resignación de quien esperaba que los estudios que ella no pudo realizar, servirían a los nuevos ciudadanos a mejorar en instrucción, sin perder la educación (y perdón por el ripio).
Con motivo de la reforma educativa que se aproxima, se ha reavivado la discusión sobre una de las asignaturas "marías" que no queda claro si va a desaparecer o va a ser reforzada, la denominada Educación para la ciudadanía. Dejando a un lado el nombrecito con el que, al menos, se evita eso tan feo de "... para los ciudadanos y las ciudadanas", no recuerdo haber leído en los manuales de ninguna editorial referencias a la ciudadanía ("Comportamiento propio de un buen ciudadano", según el diccionario académico) de la vida ordinaria, a lo que se llamaba buena educación, o urbanismo, o buenos modales o, simplemente, vergüenza.
Y aquí vuelvo al principio, porque en ese repaso que hago de los libros que se esconden en mi casa, he encontrado uno curiosísimo, Ama, resumen de economía doméstica,publicado en 1961, que incluye un capítulo denominado "Vida de relación" (¡Cómo cambian de significado las expresiones!), con muchas e interesantes "antiguallas de moralina rancia", como díría alguno de mis queridos colegas, más avanzados que yo. Selecciono sólo un parrafito del citado capítulo:
"Y el respeto al prójimo obliga igualmente a que, en todo momento, nuestra actitud sea correcta, respetuosa para con todos, amable, sencilla, deferente, sin afectación ni orgullo; debemos observar siempre las normas de urbanidad : ceder la acera a quien corresponda, y de manera especial a los mayores, saludar a los conocidos sin distinción de clases y jerarquías; no vociferar, no arrojar papeles ni mondaduras en la calle, etc.".
¿Qué hago con este libro?, ¿lo tiro?, ¿lo regalo?, ¿lo recomiendo para que alguna marca de bebidas lo patrocine y regale en la puerta de las discotecas?... Es broma.
Paco Martín